lunes, febrero 21, 2011

jueves, febrero 17, 2011

Presunto culpable (2008)


Presunto culpable hace exactamente 2 años fue exhibida por primera vez en México, en el marco de la gira de documentales Ambulante. La función a la que asistí era proyectada con una copia en progreso y al finalizar, hubo una sesión de preguntas y respuestas con Laila Negrete y Roberto Hernández. Nunca imaginé el impacto que tendría en su recorrido por festivales de varias partes de todo el mundo pero sobre todo, nunca me pasó por la cabeza lo que ocurrirá mañana: esta magnífica película se estrenará comercialmente con la mayor campaña mediática para un documental en la historia del cine mexicano.

Como si se tratara de una broma cósmica o de un castigo divino, en los primeros minutos del estupendo documental de también abogado con doctorado de la Universidad de California en Berkley Roberto Hernández, Presunto culpable (México, 2008), con producción independiente y por la libre de su esposa también abogada Laila Negrete, el acusado por homicidio Antonio Zuñiga confiesa que, a raíz de una relación amorosa bastante amarga, deseó que Dios le diera la muerte, o en su defecto, le quitara a aquella mujer de encima. No había pasado mucho tiempo cuando Zúñiga se encontraba acusado de un homicidio que ocurrió en la misma zona del DF, mientras un gran número de testigos contradecían al único testigo acusador, argumentando de que no podía estar a la hora del crimen en el lugar de los hechos porque se encontraba con ellos.

Por primera vez en la historia de México un juicio tradicional es documentado audiovisualmente, por este par de improvisados cineastas, que resultan saber mucho más de cine que muchos que por ahí andan cometiendo estropicios al por mayor. No sólo es que la denuncia resulte tan emotiva e indignante, logrando que el espectador quede asqueado por el sistema judicial mexicano corrompido hasta la médula. Es el hecho de que Presunto culpable sea en sí misma una película muy cinemática, valiosa por sus hallazgos audiovisuales.

Ese equilibrio en la forma y en el fondo, se hace manifiesto en el logro del filme de volver concreto (mediante una serie de sabios trucos sonoros y visuales) las abstracciones y las partes más áridas de un proceso legal del corte penal. Subrayado sonoro y visual de las partes más importantes de los oficios, animación de textos que vuelan que también quedan resaltados en su parte más sustancial, zooms cruciales a documentación oficial. En ese proceso de volver concreto lo que es abstracto, consiguen que la película se exprese en un lenguaje cinematográfico fácil de asimilar, aún por los espectadores a los que le es ajena la jerga jurídica.

Y el tono de la denuncia siempre sarcástico (lo que hace que la cinta jamás se tropiece con facilismos didácticos o melodramáticos), llega a su culminación con la toma de un letrero en el que se lee "VIVA MÉXICO" rumbo a los epílogos de un filme sorprendente: una denuncia calculadísima y valiente, intercambiable por un audaz desplante estético, y viceversa, hasta lograr que la película misma cumpla el sueño de todo documentalista: no sólo captar una realidad, sino elaborar un objeto fílmico (único e irrepetible) que la logre cambiar, aunque la esperanza al futuro se concrete en agridulce, casi amargo, por el tiempo robado a la vida de un hombre.

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Presunto culpable 8

martes, febrero 08, 2011

Perfect Blue (1998)


1. Perfect Blue, de Satoshi Kon, se adelanta tres años al universo femenino en fuga psicotónica que David Lynch perfeccionaría a niveles maniáticos en Mulholland Dr. y que llevaría a masa crítica con Inland Empire. Ahí está todo: el desdoblamiento de personalidades, la confusión por completo mindfucking entre lo “real” y lo filmado, la correspondencia de los espacios físicos con el laberinto mental (principalmente de los deseos y las fantasías reprimidas), y una erotomanía que no puede ser consumada más que en la violencia. Vaya, hasta por ahí aparece un TVserie maldita que poco a poco se apodera de la película. Delirante. ("No more blue tomorrows")

2. Pocos retratos más brutales sobre la celebridad de la estrella y la obsesión con la fama. Ese par de neurosis gradualmente se salen de control para develarse en una psicosis, causa y fin de la pulsión homicida. Por eso resulta tan provocadora la escena de la violación: la celebridad y la fama entendida como una violenta “prostitución simbólica” (William Saints).
Obsesiva. Pequeño breviario cultural: el dibujo animado de la protagonista Mima, actúa mucho mejor que la muy cacareada Natalie Portman-Nina en El cisne negro.

3. La pulsión homicida y psicótica le da a Perfect Blue el tono de erizado y descarnado horror film. Estrenada en Japón el mismo año que la sensación mundial Ringu, de Hideo Nakata, se aleja del estilo y de los motifs del filme de fantasmas de Nakata y se acerca con audacia a los giallos de Darío Argento, aunque sí conserva un apunte inquietante: el miedo a la tecnología, que es el medio donde el Mal acecha y se materializa. Profética.

4. Perfect Blue se adelanta con eso último también a la tecnofobia de la terrorífica Pulse. El internet (que aquí es visto con deliciosa ingenuidad histórica) como el mecanismo para el acoso y la pérdida absoluta de la privacidad, inclusive la de tus pensamientos más recónditos.

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Perfect Blue 10

lunes, febrero 07, 2011

2010: Mis reseñas favoritas/ Biutiful por Alejandro Murillo


Cineastas necios que os regocijáis en los azotes de la miseria sin razón.

Que creáis personajes tan barrocos como superficiales, y os fundáis en tramas tan barrocas como oportunistas, sin razón.

Que tenéis que fusilaros el inicio de Los amores de una rubia, sin razón.

Que filmáis una película en Barcelona, pero decís que es mexicana. Que pudistéis haber filmado en México, pero enconces no hubieses tenido al actor que queréis, sin razón.

Que teneís que subir el nivel de la música para compensar que la trama no es perturbadora ni conmovedora, ni enseña ni informa ni sensibiliza, sino lo vuelve a uno más escéptico del esnobismo miserabilista virtuosamente fotografiado y decorado en paleta de color, sin razón.

miércoles, febrero 02, 2011

2010: Mis reseñas favoritas. The Social Network, por Ricardo Bedoya.


David Fincher, el director de “Red social”, filmó hace algunos años una cinta sobre Zodiac, el asesino que aterrorizó Estados Unidos en los años sesenta. Era una crónica de las investigaciones seguidas para descifrar las pistas y huellas dejadas por el criminal. Y antes que “Zodiac” hizo “Se7en, pecados capitales”, donde un escurridizo asesino anunciaba sus ilustrados delitos mediante crípticos signos. En las mejores películas de Fincher vemos duelos de inteligencias, pesquisas para detener ambiciones desequilibradas, juegos de poder, cínicos intercambios de acerados diálogos, lealtades traicionadas, pistas irresueltas, atmósferas deletéreas, ambigüedades morales, mensajes lanzados a redes alternativas.

El personaje de Mark Zuckerberg no es, por supuesto, un criminal pero, por alguna razón, recuerda a Zodiac, así como a los personajes poderosos e infelices de Orson Welles (no sólo a Kane, una referencia obvia), de Joseph L. Mankiewicz, o al célebre desdichado de Scott Fitzgerald. Tal vez porque, como ellos, trata de mediar su soledad, “diferencia” o incapacidad para la comunicación directa con los otros, a través de signos que se cifran y descifran y, en tiempos digitales, de códigos binarios, algoritmos matemáticos, fórmulas lanzadas a la “multitud”.

“Red social” no es el relato aleccionador de una trayectoria de éxito, la biografía exaltante de un triunfador o la ilustración de acentos épicos del modo en que se creó Facebook. La película ni elogia el emprendimiento ni es el manual que informa del caso líder de triunfo empresarial de la primera década del siglo. A Fincher –y a su guionista Aaron Sorkin- le atrae la singularidad de Zuckerberg pero le repugna la posibilidad de representarlo como un ser ejemplar. Y Facebook, la red de los 500 millones de “amigos”, es vista como el espacio donde se negocia la soledad individual a cambio de la ilusión de sentirse miembro de una “comunidad” virtual.

“Red social” es, más bien, un cuento moral de acentos sombríos, como el estilo fotográfico del filme. Cuenta la historia de un grupo de jóvenes dispuestos a vender al diablo sus almas –y hasta sus chicas y sus mejores amigos- a cambio de éxito y dinero. Pero a diferencia de las historias clásicas de tratos con Mefistófeles, aquí no hay lugar para culpas o sanciones. Nadie vislumbra el mal en lo que hace: “negocios son negocios” y hasta la más inescrupulosa maniobra se puede arreglar con una transacción extrajudicial. “Red social” es fábula y retrato generacional sobre la aristocracia del poder en la era digital. De Harvard a Palo Alto, la descripción del recorrido de Zuckerberg es también la de sus entornos y personajes típicos: “nerds” versus aristócratas, “geeks” opuestos a frívolos, todos ellos brillantes y alineados en una “carrera de ratas” que conduce a la mejor cotización en bolsa de sus empresas. Todos imbuidos de una cultura del éxito que naturaliza la trapacería y la deslealtad.

Fincher no filma acciones; filma procesos, trayectorias. Urde una trama de suspenso que imbrica el presente y el pasado del relato, pero es un suspenso débil, que nunca estalla sino que se procesa con lentitud a través de diálogos incesantes. Pocas películas tan dialogadas como “Red social” y tan alejadas en su tratamiento visual del mundo al que refiere. Aquí no domina la luz de los monitores ni se impone el vértigo de la época digital. Los ocres de la fotografía, el ajustado montaje de los gestos, la sobriedad en las actuaciones y el registro moroso de los tiempos son rasgos que marcan el transcurso denso de la película, retrato de un hombre que cambia la manera en que nos comunicamos hoy pero manteniendo inalterable su eclipse emocional.

---Ricardo Bedoya.