martes, febrero 02, 2010

Zombieland (2009)



La década del zombi, que recién finalizó hace unas semanas, inició con una vigorosa y aterradora revisión al subgénero por parte del británico Danny Boyle, en Exterminio. Filme duro y cruel como pocos, era la perfecta representación del mundo postcapitalista: un mundo “sin esperanza, ni redención, ni futuro”, erigido sobre las ruinas espirituales de las Torres Gemelas y todo lo que representaban. Y si hemos de hacerle caso a Norma Lazo en El horror en el cine y la literatura, todo subgénero pasa por 4 movimientos, por lo que Exterminio es el filme que reformula el subgénero, para posteriormente dar paso a la masificación (El amanecer de los muertos), a la parodia (Shaun of the Dead) y a su deconstrucción.

Zombieland, de Ruben Fleischer, basada en un magnífico guión de Rhett Reese y Paul Warnick, cierra con honores la década del zombi, realizando la deconstrucción del subgénero. Tan deconstructiva es la película, que las reglas que rigurosamente se ha autoimpuesto Columbus (Jesse Eisenberg sensacional) son una disección de cada uno de los clichés y estereotipos que por años han permeado el cine de zombies y no sólo eso: aparecen escritas a cuadro en cada representación dramática de cada una de ellas.

El horror se vivifica en Zombieland a través de un gore inclemente, tan duro y políticamente incorrecto como pocas veces, a través de las atmósferas por igual tensas y desoladas, muy cercanas a la terrorífica Portadores, de los hermanos Pastor. La comedia, tan inventiva y desatada y libre y chispeante que ya quisieran muchos cretinos en sus comedietas hollywoodenses de medio pelo, se sostiene a través de la inteligencia y el ingenio puro de los gags, a través de situaciones descabelladas llevadas al extremo, a través de frases destornillantes, escritas expresamente para que uno se cague de la risa (“Jaja, me mata de la risa…pero no deja de ser triste”) y sobre todo, a través de su estilizado estilo histriónico, de eminente vocación neoclásica, que eleva la comedia a niveles altísimos de gracia y brillantez.

Una delirante fantasía tanática, trabajada con plasticismo multicolor y explosivo, con experto uso de la cámara lenta y montaje de enfermo perfeccionista. Poesía pura y dura o la película de zombis más hermosa de todos los tiempos.

Qué manera de decirle adiós a la década del zombi, y así, hasta la siguiente reencarnación fílmica del muerto viviente.