EXCLUSIONES
Como todo el cine de Jacques Audiard, Un profeta (Un prohète, Francia, 2009) es una cinta dispersa y cerebral. Sin embargo, esta vez es evidente la incompatibilidad entre su vocación eminentemente realista y sus numerosas pretensiones de ser un objeto fílmico ‘cool’
Audiard, autor de dos grandes thrillers del cine galo contemporáneo, siempre se ha distinguido por realizar cine parco y cerebral, al que no le da miedo internarse en juegos genéricos y referenciales y textuales. Es digna de subrayarse su obsesión por los grandes autores hollywoodenses de los 70s, principalmente por el impetuoso joven Scorsese, obsesión que llevaría hasta sus últimas consecuencias en su remake de Fingers (James Toback, 1978), El latido de mi corazón.
Un profeta ansía transitar por los mismos caminos, pero no lo logra, porque su vena realista y sus aspiraciones tan obvias de conseguir lo ‘cool’ (anti-héroe guapo, fornido y carismático de minoría racial cual modelo Armani, banda sonora con toques orquestales y roqueros por igual, sobria cámara en mano, entre muchas otras) nunca se empatan. Ya no se diga su pretensión de erigir nuevas mitologías fílmicas. En el fondo, vale decirlo, el naturalismo y la búsqueda de lo 'cool' son incompatibles. Lo ‘cool’ exige distanciamiento del objeto fílmico, algo que nos recuerde constantemente que lo que estamos viendo es una película. Es entonces cuando el relato puede ser codificado al interior de los géneros fílmicos y se abre la posibilidad de los juegos textuales y referenciales. ¿Cómo lograr ese distanciamiento necesario con tan naturalista puesta en escena?
Peor aún, ¿cómo no aburrirse y salir cansado de una película de 155 minutos a la que le faltó estructura y que queda como mera cine-ilustración de un argumento competente? ¿Cómo?
>>>>>>>>>>>Un prophète 7