domingo, septiembre 27, 2009

Cinco días sin Nora (2008)

Juan Pablo Medina y Marina de Tavira en Cinco días sin Nora

La comedia familiar necroamorosa

Desde un principio, atrapa la atención al detalle, que se manifiesta en la cuidadísima dirección de arte, tanto contemporánea como de época dentro del film. Una señora ya de edad avanzada cuidadosamente pone una mesa con una preciosa vajilla de porcelana. Es la señora que minutos más adelante se quitarál a vida, ingiriendo no uno, no dos, sino tres frascos de pastillas. Es la misma señora llamada Nora que trascendentalmente, con anticipación a su suicidio, tiene armado un plan para su velorio, entierro y la apoteósica reunión familiar del adiós.

La fenomenal ópera prima de Mariana Chenillo, Cinco días sin Nora (México, 2008), es una sencilla comedia negra elevada a niveles de grandeza pura gracias a su humildad y buen corazón, un exquisito ejemplar totalmente anómalo dentro de nuestro cine mexicano por sus sutilezas cómicas y/o dramáticas, un relato sin mayores búsquedas vanguardistas o estéticas pero con el aplomo de una puesta en escena pulcra y segura, un destilado del pálpito necrofílico que siempre ha tenido el cine mexicano (según Jorge Ayala Blanco en La herética del cine mexicano ) que también hace gala de su humor negro dulzón en las antípodas de la feroz amargura anticlerical de El esqueleto de la señora Morales de Rogelio A. González.

La dulce muerte. Sólo el cine mexicano puede tratar la muerte de esta manera. La muerte es motivo de regocijo y festividad para el pensamiento mexicano pero aquí también es causante de toda la ternura y dulzura destilada en el relato. Una ternura auténtica y una dulzura honesta, jamás cursi ni empalagosa, con una emotividad y una sensibilidad cada más vez más raras dentro de un cine acostumbrado al tremendismo, al griterío y a la ojetez.

La trascendencia calculada. Nora ingeniosamente se las arregla para seguir influyendo en la vida de sus familiares aunque ya no esté, activando el engranaje narrativo mediante una entrega de carne para el banquete que preparán para la celebración del Pesach. De tal manera que convocará, aún sin estar presente, a su ex esposo José Kurtz (Fernando Luján formidable), del que todavía está enamorada. Convocará a la nana Fabiana (Angélica Peláez), que se encargará de los preparativos para el banquete de despedida. Convoca a su amado hijo Rubén (Ari Brickman), que junto con su esposa Bárbara (Cecilia Suárez) y sus dos encantadoras hijitas, verán interrumpidas sus vacaciones para regresar a la Ciudad de México. Y convoca a su prima Leah (Verónica Langer), conocedora de un secreto que aunque quería, Nora no se llevará a la tumba.

Los milagros tragicómicos. Haciendo gala de un sentido del humor negro y fino, es asombrosa la capacidad del filme para hallar la gracia y la risa, a base de pura sutileza. Enfrentamiento tripartita entre el pensamiento judío, el cristiano y el ateo, el estilo depurado de Chenillo también hallará eco en una reflexión sobre la memoria y sus recovecos.

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Cinco días sin Nora 8

lunes, septiembre 21, 2009

Al servicio de la comunidad/ V


La siguiente columna apareció en El Financiero del día 21 de septiembre del 2009. Se reproduce aquí en su integridad.



EXHIBICIÓN EN CRISIS por José Felipe Coria

Es uno de los grandes misterios en la historia de la exhibición de cine en México: ¿cómo alguien que revoluciona el mercado renuncia a él a las primeras de cambio? Miguel Ángel Dávila, cofundador de Cinemex, llegó en el momento oportuno a transformar la estancada exhibición, cuando se estaba derrumbando la siniestra Compañía Operadora de Teatros (COTSA). De un día para otro rebasó a la empresa Cinemark, de Roberto Jenkins, sin duda pionera en el concepto "cineplex", y se instaló detrás de Organización Ramírez, única cadena de cines que más o menos funcionaba con la dignidad que COTSA desconocía. Dávila pasó de ser un desconocido al coautor de un trabajo por completo legendario: convertir una tesis estudiantil en una pujante empresa que mantuvo a la vanguardia hasta que, por razones que a muchos sorprendieron, se deshizo de la compañía que llegó a tener algunos de los cines más rentables en la historia nacional.

Cinemex ha estado en un verdadero carrusel: la venden, la compran, la venden, la compran, uf. El nuevo dueño es el polémico y públicamente poco conocido empresario Germán Larrea, de Grupo México. Hace cerca de un año que Cinemex pasó a ser suya al comprársela al anterior propietario, la cadena estadounidense AMC Entertainment. Con esto incrementó su presencia en el terreno de la exhibición, puesto que previamente era propietario de una cadena menor, MM Cinemas, pero que sumada a Cinemex le da una cómoda participación en el mercado con más o menos 35 por ciento de pantallas en el país.

Cinemex siempre tuvo la peculiaridad de llamar "invitados" a sus espectadores, como forma de halagarlos y hacerlos sentir en casa. Durante los primeros años de su funcionamiento, así fue. Lo que la distinguía era la gran calidad en su servicio, que algunas ocasiones se tradujo en invitaciones a los fieles de determinado complejo para que celebraran, sin costo alguno, el aniversario de "su cine" con premier sorpresa, palomitas gratis incluidas. Dicha calidad tuvo su clímax cuando promovieron una membresía con la que, por una cuota fija, el espectador podía asistir al cine todas las veces que quisiera. El concepto resultó innovador. Apostaba a que el público no asistiera solo y a que el dinero que invertía en el boleto lo dedicara al consumo de golosinas. Al parecer funcionó. Las dulcerías estaban a reventar y al menos los espectadores jubilados entraban a las matinées con café y pastelillos en mano. El concepto lo adoptó su competidor Cinépolis con idéntico éxito.

Pero llegó la nueva administración, la de Larrea, y de súbito se avisó que "por estrategia de negocios" desaparecía la membresía. Hecho no tan curioso si se observa el típico devenir del capitalismo salvaje a la mexicana: a los clientes fieles se les trata con la sutil estrategia de echarlos a patadas. La desbandada hacia Cinépolis, la revitalizada empresa de Alejandro Ramírez, no se hizo esperar: si Cinemex no iba a tener una mínima lealtad con sus espectadores, ¿éstos por qué habrían de quedarse?

Ya corrido el público cautivo, parece que ahora siguen los empleados. En los últimos días han surgido varias notas periodísticas (destacadamente en la columna "Capitanes" del diario Reforma, 9/9/2009), donde se da cuenta de algo que ya los espectadores cotidianos de Cinemex sabían: sus complejos están trabajando con mínimo personal, tanto que es de un día sí, y de otro también, tener que salir de la función para avisar que o se proyecta fuera de foco, o sin el formato que debería ser, o que por favor apaguen las luces de la sala. Al parecer hay dos cácaros para complejos que cuentan hasta con 12 salas. Para acabarla, deben hacer más cosas por el mismo salario: cácaro, dulcero, barrendero, heladero. La "estrategia" es bajarle calidad al servicio, mientras que la estrategia de su competencia, Cinépolis a la cabeza, es la opuesta.

La situación de los trabajadores es compleja. Cada que los espectadores reclaman, aquéllos dan diversas explicaciones, siendo ahora las constantes los malos tratos que reciben de la empresa, como el ser "recontratados" perdiendo ventajas laborales que antes tenían, o ver reducidos sus beneficios en un clima de hostilidad que lo primero que logra es que los empleados dejen de ser leales a la ahora perdida misión empresarial de Cinemex y laboren al "ai'se va", lo que, por supuesto, funciona como "estrategia" para alejar aún más al espectador, poniéndolo a la búsqueda de opciones que le satisfagan.

COTSA vivió en eterno deterioro porque la "estrategia de negocios" fue depredarla buscando ganancias rápidas sin servicio ni calidad. Si esto sucediera a Cinemex, el legado de Dávila quedaría en nada. Pa'llorar.

domingo, septiembre 20, 2009

Mi segunda vez (2009)

Justin Bartha y Catherine Zeta-Jones en Mi segunda vez

LA COMEDIA ROMÁNTICA DIVORCIADA

En Mi segunda vez (The Rebound, EUA, 2009), largo 4 de Bart Freundlich como autor total, la típica ama de casa de suburbios dizque satisfecha y perfecta Sandy (Catherine Zeta-Jones brillando en su mejor papel desde la fosseana Chicago) ve derrumbarse su vida al enterarse de las felaciones que su amiga le propinaba a su esposo dentro de la mismísima cocina de su hogar, por lo que en una toma de conciencia abandonará la casa con sus dos encantadores aunque precoces hijitos para mudarse a la ciudad de Nueva York y conocer por mera casualidad al veinteañero con maestría pero subempleado Aram Finklestein (Justin Bartha), a quien contratará primero ocasionalmente y luego de tiempo completo para ser niñero de sus hijos; el lazo que creará Aram con sus hijos formará una familia nuclear mucho antes de que los dos divorciados se percaten de los sentimientos que empiezan a aflorar en ellos, más alla de lo meramente profesional y amistoso.

La comedia romántica divorciada es un magnífico ejemplar del Hollywood más maduro, quizás no el más vanguardista ni el más brillantemente clasicista (a lo Eastwood), pero sí dotado de una madurez sólida e insólita, a un tiempo exquisita e hipnotizante, conseguida a través de años de prueba y error, despidiendo con dignidad la década con la Gran Comedia Romántica que esperábamos con ansias, ahora ya no con niños (Little Manhattan) ni con adolescentes hipsters (Nick & Norah's Infinite Playlist) sino con adultos hechos y derechos.

La comedia romántica divorciada concentra su fuerza en el detalle encantador y carismático (en las antípodas de un Woody Allen) y al mismo tiempo en un sentido del humor fino, adulto e intelectualizado (irónicamente emparentado con el mismo Woody), evitando con brillantez la cursilería y la convencionalidad en moldes arquetípicos y giros argumentales sobadísimos que parecen ser el gran lastre de la comedia romántica moderna como en basuras que se creen vulgares y audaces tipo La cruda verdad (Con un Robert Luketic por completo castrado de su inspiración cómica) y toda la inflada fábrica Appatow de perdedores redimidos por el wishful thinking.

Y la comedia romántica divorciada desenvuelve con fluidez y aplomo la relación edípica dentro de una historia de crecimiento doble en que los dos adultos se liberan entre sí y de sí mismos, sólo para descubrir que están hechos el uno para el otro.

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The Rebound 8